3 feb 2012

La Ciudad como plataforma de servicios: El Ciclo del Agua

El JKO Reservoir, en Central Park, que durante más de 100 años almacenó agua, procedente del Croton Aqueduct, para su distribución en Manhattan.
La ciudad es también, y cada vez más, una plataforma de servicios para los ciudadanos. El catálogo de los mismos es amplio y su carácter diverso. Algunos son públicos, como los servicios municipales, otros son privados, ofrecidos por empresas especializadas, o incluso los hay con un carácter mixto. Hay servicios gratuitos para el usuario (financiados desde las administraciones)  y otros cuentan con tasas o tarifas que generan un volumen económico muy importante. Las nuevas tecnologías están propiciando la evolución de algunos de ellos y la aparición de nuevas ofertas. En cualquier caso su importancia es tal que se comienza a hablar de la necesidad de definir una nueva ciencia de los servicios urbanos. Desde Urban Networks estamos profundizando en esta línea.
La concreción de los servicios es múltiple, existiendo tanto prestaciones como suministros de muchos tipos. Comenzamos por uno de los más importantes.
El agua siempre ha sido un elemento esencial en el desarrollo urbano. El transporte de la misma, desde su captación hasta la ciudad, y su consumo y evacuación final forma un ciclo que durante muchos siglos no se encontraba convenientemente cerrado ya que la devolución al sistema natural no se producía de la forma adecuada (por pérdidas o contaminación).
La tecnología siempre ha acompañado a los procesos del agua en la ciudad. En la actualidad, tanto la evolución en los sistemas de abastecimiento como en los de la posterior recogida y evacuación permiten una eficiencia e inocuidad ambiental que nos faculta para hablar con propiedad del ciclo completo del agua en la ciudad.
Por otra parte, el riesgo de escasez ha encendido alarmas sobre el uso del agua. Y, aunque ya se está realizando un esfuerzo en la reutilización parcial de la misma, el reto pendiente se centra en racionalizar el consumo.

El suministro de agua para la ciudad ha sido, desde siempre, una de las cuestiones urbanas principales. La solución histórica pasaba por tomar agua de los ríos próximos a las ciudades, (antes de entrar en ellas), de manantiales existentes en la zona, o incluso de pozos que la extraían de las capas freáticas. En muchos casos, la distancia del punto de captación obligaba a un gran esfuerzo de canalización para el transporte.
Aunque hay algunos ejemplos anteriores, la gran sistematización del abastecimiento de agua para las ciudades se produjo durante el Imperio Romano con las grandes obras hidráulicas realizadas, y en particular con los acueductos. Los acueductos conducían el agua hacia la ciudad recorriendo, por lo general, grandes distancias. Estas espectaculares obras se convirtieron en un referente para la ingeniería y la arquitectura, además de un signo de identidad para los territorios por los que transitaban. Acueductos como el de Segovia o el Pont du Gard,  dan testimonio de ello.
El acueducto romano de Segovia
Además de la conducción, los romanos aportaron otra innovación para el abastecimiento. Ésta fue la construcción de embalses en las cuencas fluviales para garantizar la provisión de agua en periodos de estiaje.
Complementariamente, en las ciudades comenzaron a construirse grandes depósitos para albergar el agua que más tarde sería distribuida entre la población, generalmente desde las fuentes públicas y, en casos singulares, directamente a algunos edificios (públicos como los baños, o privados como algunas residencias principales). Las fuentes públicas, algunas tan espectaculares como las construidas en la Roma Barroca (Fontana di Trevi o la Fontana dell'Acqua Felice), eran el punto de abastecimiento de la población o de los aguadores, profesionales del pequeño traslado de agua dentro de la ciudad.
El proceso descrito, con el embalsado de agua en cuencas naturales para su captación y el posterior traslado y almacenamiento final en las ciudades en los grandes depósitos urbanos, es un sistema que sufrió pocas variaciones a lo largo de muchos siglos. Las mejoras del proceso, con la ayuda de los avances tecnológicos, afectaron a la eficacia del sistema de transporte y a los tratamientos de potabilización en los depósitos urbanos.
La gran revolución en el tema del agua urbana se producirá como consecuencia de la necesidad de atender al aumento extraordinario de su demanda. Por una parte, el crecimiento de la población de las ciudades y la generalización de, por ejemplo, la higiene personal, va a llevar al límite al sistema de abastecimiento de agua. Además, la naciente industria y otros servicios urbanos van a exigir una importante cuota de agua. Desde mediados del siglo XIX se debieron acometer obras hidráulicas de gran envergadura para poder garantizar el suministro.
Con todo ello, en esas fechas comienza a evidenciarse la necesidad del ahorro, especialmente en el proceso de transporte, evitando pérdidas que en ocasiones eran muy elevadas. Estaba naciendo la política de concienciación sobre la importancia del agua y la responsabilidad en su consumo.
En los embalses de captación se va a producir una evolución que abrirá un nuevo campo vital para el desarrollo urbano. Estos embalses se transformarán en la base necesaria para la instalación de centrales hidráulicas. Así pues, al abastecimiento urbano y al tradicional riego agrícola, se le sumaba la producción de energía eléctrica.
En España, en tiempos del general Primo de Rivera, se crearon las Confederaciones Hidrográficas de las grandes cuencas y se comenzó una activa política de construcción de embalses. En esta línea es destacable la colaboración entre el mundo de la ingeniería y el de la arquitectura para proponer esas intervenciones que tenían tanta incidencia en el paisaje y en el territorio. En España, las propuestas de Casto Fernandez Shaw y Carlos Mendoza en el Guadalquivir (por ejemplo, el salto y central del Carpio en Córdoba, 1920-1922; el embalse del Jándula, 1925-1933; o la presa de Alcalá del Rio de Sevilla, 1928-1931) sentaron las bases sobre estas grandes infraestructuras. La construcción de embalses se tomó como punto de arranque del desarrollo regional (gracias al suministro eléctrico y de agua) dado que posibilitaban la transformación agrícola (nuevos regadíos), la instalación de industrias y la consolidación o aparición de nuevos núcleos urbanos. Durante el periodo franquista, esta política tuvo un gran desarrollo, particularmente desde 1955.
El transporte del agua hacia la ciudad evoluciona a partir de las posibilidades que ofrece la aparición de nuevos materiales. Con ellos se pueden fabricar tuberías estancas que pueden soportar grandes presiones y permitir salvar desniveles topográficos mediante estaciones de bombeo. Este hecho ha permitido que las conducciones sean habitualmente subterráneas, convirtiéndolas en auténticas infraestructuras, ya que su incidencia en el paisaje es menor.
Antiguo depósito del Canal de Isabel II en Madrid
Respecto a los depósitos de almacenamiento de cabecera y los diferentes depósitos necesarios para realizar los tratamientos de potabilización (Estación de Tratamiento de Agua Potable, ETAP) plantean el inconveniente de sus grandes necesidades de superficie. En muchos casos ocupan importantes extensiones de terreno, con una variada tipología (subterránea, aérea o lacustre).
En estos depósitos de cabecera, se inicia el recorrido del agua para el consumo urbano, a partir del cual arranca el segundo tramo del ciclo urbano del agua. Esta segunda parte está protagonizada por la red de evacuación o red de alcantarillado.
También, el comienzo efectivo de estas infraestructuras urbanas se encuentra en la ingeniería del Imperio Romano, que alcanzó cotas de bastante sofisticación, aunque las circunstancias de los siglos posteriores llevaran a perder muchos de los logros alcanzados.
Nuevamente, en el siglo XIX se debe acometer el problema de unas ciudades que, aunque comienzan a recibir el agua necesaria, resultan incapaces para evacuarla convenientemente. Esto no solamente era un problema operativo, sino que estaba originando graves incidencias en la salud pública. Muchas epidemias tenían su origen en la contaminación de las aguas residuales que se estancaban en la ciudad.
La ciudad decimonónica emprenderá una serie de actuaciones radicales para solucionarlo. En ese periodo se acometen  impresionantes operaciones de reforma interior que transforman la ciudad pero también, de forma más callada, renuevan, y en muchos casos proponen ex novo, la red de alcantarillado. Los nuevos modelos urbanos, como los Ensanches, se proyectan ya con los requisitos de la ciudad futura.
Como consecuencia de todo, las principales ciudades se enfrentan, en esa segunda mitad del siglo XIX, a los retos del agua y de su ciclo completo. Por un lado, la mejora de la calidad y el incremento del suministro de agua, y por otro la evacuación de las aguas residuales, son dos de los grandes temas urbanos del momento. Ya en el siglo XX, algunas ciudades aprovechan eventos urbanos para modernizar esas instalaciones (por ejemplo, en 1929, Barcelona o Sevilla, en sus exposiciones Universal e Iberoamericana respectivamente).
Esta situación se mantendrá, en España, prácticamente hasta la llegada de los ayuntamientos democráticos a finales del siglo XX. Es, en ese periodo, cuando las infraestructuras relacionadas con el ciclo del agua experimentarán un nuevo avance. Hay que tener en cuenta que, en algunas ciudades, no se universaliza la distribución de agua hasta esas fechas, dado que muchas zonas, creadas durante el “desarrollismo” de los años sesenta y setenta, carecían de lo más fundamental.
EDAR Murcia Este
Pero quizá, el salto cualitativo que se realizó entonces fue la dotación de las Estaciones Depuradoras de Aguas Residuales (EDAR) con las que se eliminó el vertido directo que hasta entonces recibían ríos y mares. Estas infraestructuras, que requieren también importantes extensiones de superficie, constan de varios depósitos enlazados para la decantación, aireación y cloración (en la línea de depuración de agua) y de otros para la digestión y secado (en la línea de fangos).
El agua reciclada (o efluente) puede ser reutilizada, por ejemplo para riego urbano, o simplemente para ser devuelta al sistema natural sin ningún riesgo de contaminación. Los fangos separados se convierten en fertilizantes y la combustión de los gases de la fermentación orgánica son generadores de energía eléctrica. Las EDAR son infraestructuras claves para poder cerrar adecuadamente el ciclo urbano del agua en sintonía con la sostenibilidad medioambiental.
La propuesta de redes separativas de aguas pluviales por un lado y de aguas residuales por otro, así como el planteamiento de redes de reutilización procedentes de las EDAR (para riegos o baldeo del espacio urbano) ha complicado el diseño infraestructural urbano pero está permitiendo un mejor uso del agua en la ciudad. Otros planteamientos complementarios como la recogida de agua de lluvia y su almacenamiento (en edificación o en espacios urbanos siguiendo el tipo de embalse de tormentas) para su distribución posterior, también inciden en la reducción de las necesidades de captación desde los sistemas naturales, que se encuentran bastante extenuados. De hecho, comienzan a ser habituales las restricciones de agua en algunas localidades durante los periodos de estiaje.
Los retos actuales del agua urbana se centran en el mantenimiento de las redes para garantizar las menores pérdidas posibles y, sobre todo, en la racionalización de su uso, tanto en el consumo doméstico como en el de los grandes servicios. En los hogares, están colaborando tanto la aparición de nuevos electrodomésticos más eficaces como el comportamiento, cada vez más concienciado de los ciudadanos.

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